Comentario
Bartolomé Esteban Murillo y Juan de Valdés Leal polarizaron en diferente medida la pintura sevillana de la segunda mitad del Seiscientos y al analizarlos muestran una serie de paralelismos y diferencias que permiten un contraste en etapas de vida y actividades. De entrada fueron paisanos y estrictamente contemporáneos, pues nacidos en Sevilla aquél en 1618 y el segundo en 1622, apenas se llevaban cuatro años, y mucho de su trayectoria biográfica y pictórica fue en cierto modo afín. Murillo procedía de un ámbito familiar relacionado con lo artístico, al conectar por vía materna con plateros y pintores, y respecto a Valdés, aunque no hay total certeza, alguna vez se ha apuntado que su padre fue un orfebre portugués. Despierta curiosidad e intriga el que, como Velázquez, emplearon preferentemente el apellido materno, quizá por ser de más lustre o limpio de sospecha herética, y por éste se les conocería en adelante. Sus primeras noticias seguras corresponden a sus respectivos matrimonios, contraídos en fechas próximas -Murillo: 1645, Valdés: 1647-, y salvo ocasionales desplazamientos, más escasos en aquél, residieron en Sevilla donde acaeció su muerte en 1682 y 1690 respectivamente.
En cuanto a su quehacer pictórico, se tiene hoy noción muy completa de los dos, pues a Murillo dedicó Angulo gran parte de sus esfuerzos y por fin también Valdés ha sido actualizado por Valdivieso. Desde sus comienzos en este campo abundan asimismo los paralelismos, ya que su primer aprendizaje discurrió en la tradición naturalista tocada de tenebrismo, imperante en Sevilla hasta mediados de siglo por el protagonismo de Zurbarán (1598-1664) y Herrera el Viejo (h. 1590-1654), los pintores entonces en auge y con mayor actividad y clientela, a quienes por lógica y edad conocieron. Mientras Murillo debió adiestrarse en el taller de Juan del Castillo (h. 1590-1657) un maestro local, Valdés lo haría en el de Herrera aunando influjos del mismo Castillo, de Juan de Uceda (h. 1570-1631) y Francisco Varela (h. 1580-1645) pertenecientes éstos por edad y estilo a un grupo de pintores secundarios, que practicaban un eclecticismo peculiar y retardatario, pronto desfasado.
A esos componentes de su respectiva formación añadieron el conocimiento de Ribera, de quien había cuadros en colecciones sevillanas y Murillo más aún el de Juan de Roelas (h. 1560-1625), de cuya obra extrajo la fórmula de atenuar el tenebrismo mediante el avance por la luz y el color. En la técnica desarrollaron un común interés por la pincelada suelta y la maestría en el dibujo que, sin embargo, tuvo resultados muy diferentes en ambos. Encarnaron actitudes estéticas opuestas, pues con el gusto y búsqueda de la belleza física y, en definitiva, del afán de agradar en Murillo contrasta en Valdés un desinterés en general por esas inquietudes, que sin embargo no justifica la etiqueta de pintor macabro que hasta hoy ha llevado. Respecto a la capacidad de inspiración temática, aunque recurrieron con frecuencia a estampas ajenas, no fue parca en ninguno, mas frente a la extraordinaria inventiva de Murillo parece detectarse un mayor afán de libertad en Valdés. En todas estas consideraciones previas radica la clave de la aparente contradicción paralelismo-diversidad de su respectivo arte y del éxito tan dispar que obtuvieron no tanto en su tiempo como a posteriori.
La producción más temprana de Murillo evidencia muchos influjos, de los que no se liberaría sino tras cierta maduración. Al igual que otros principiantes comenzó trabajando en Sevilla para las órdenes religiosas, que en el segundo cuarto del siglo eran los principales comandatarios de obras, con un estilo claro y colorista pero seco de dibujo, que dependía de Castillo en los tipos y de Roelas en recursos compositivos. Aunque escasean cuadros suyos de ese tiempo, así se ve en La Virgen del Rosario con Santo Domingo y la Aparición de San Francisco y Santo Tomás a fray Lauterio (Sevilla, Museo y Cambridge, Fitzwilliam Museum), hechos en torno a 1640 para sendos cenobios dominicos y cuyo tamaño como Las Dos Trinidades (Estocolmo, Museo Nacional) demuestra que pronto cultivó sin dificultad el gran formato. Esta capacidad para componer a gran escala trasunta un aprendizaje muy completo, que le haría conocedor de las reglas de proporción y los contrastes de color para un buen efecto de lejos, lo cual por elemental que pueda parecer no era tan frecuente en un pintor de su edad.
Hacia 1645, próximo ya a la treintena, empezó a cimentar su carrera dándose a conocer tras conseguir su primer encargo de monta, un ciclo de once cuadros con asuntos franciscanos para el convento de San Francisco el Grande de Sevilla, hoy en varios Museos (La Cocina de los Angeles, 1646, París, Louvre; San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres, Madrid, Academia; Muerte de Santa Clara, Dresde, Galería, etc.). Pese a la proximidad cronológica a los anteriores muestran un cambio de estilo, del que parece deducirse por una parte que aún estaba en fase de experimentación sobre su bagaje y, por otra, que seguía la moda que entonces encarnaba Zurbarán, pues casi todos presentan un naturalismo intenso y muy tenebrista derivado de este último. La edad del pintor no impide considerar la serie todavía como obra temprana, ante la impericia que delatan las descompensaciones compositivas al plasmar los asuntos, incluso con forzadas yuxtaposiciones de mundo real y sobrenatural. El conjunto posee unidad por el constante claroscuro y el tratamiento escultórico y hasta inánime de muchas figuras. Mas en algunos se da la búsqueda de un modo propio, valorando aspectos que van desde el paisaje (Fray Junípero y el pobre, París, Louvre, con sugerencias de Heemskerck) al desarrollo de la luz y la movilidad de los personajes (Cocina de los Angeles y Muerte de Santa Clara).
Con la realización del ciclo coincidió su matrimonio con Beatriz Cabeza, descendiente de plateros, iniciando una prolífica vida familiar que determinaría en adelante mucha de su laboriosísima actividad. De entonces datan también las noticias de que en 1645 ya era maestro pintor y con trabajo en aumento, pues tomó al año siguiente un aprendiz. A la sazón empezaría a ser conocido como un buen pintor de temática piadosa, pues así lo confirman abundantes cuadros de esa índole, difíciles de fechar quizá por surgir para clientes particulares o para venderse en el taller como apuntó Brown. Su aplicación a la moda naturalista pero investigando a la vez sobre el tenebrismo (Cena, 1650, Sevilla, Santa María la Blanca) y por fin aligerando la técnica (Sagrada Familia del pajarito, antes de 1650, Madrid, Prado). También pintó entonces Vírgenes con el Niño (Prado, Louvre y Pitti, principalmente) donde partiendo de modelos italianos, que recrearía haciéndolos suyos, logró hermosos tipos femeninos muy peculiares en adelante, al tiempo que se despegaba del tenebrismo. Idéntico fue el progreso en sus temas populares, pues por la técnica pastosa y los contrastes lumínicos se considera al Niño espulgándose (h. 1650, París, Louvre) como el más antiguo de los cuadros que hizo en esta parcela, sobre todo para los comerciantes foráneos de Sevilla. Del mismo tiempo es su primer Autorretrato, en colección americana, posando con lujoso atavío tras una lápida antigua.